Esta mujer de extraordinaria
vitalidad generó toda clase de conjeturas acerca de su edad. Nació un 13 de octubre en la legendaria
Toledo, que como ella, es una ciudad sin tiempo. Simplemente está desde
siempre, Toledo es España. Como Tania era
la noche de Buenos Aires. Al ser con el inmenso Enrique Santos Discépolo dos
caras de una misma medalla, siempre se utilizó la sí conocida fecha de
nacimiento del autor de Uno para
calcular. “Si él nació en 1901, ella, que le llevaba varios años, iba por los
ciento y tantos al morir en el 99. Todo indica que eran exactamente 105.
En realidad, importaba poco. Aunque divirtiera mucho. Porque Ana Luciano Divis siempre tuvo
demasiadas cosas que hacer para además cumplir años. Cantó casi hasta el final.
En el 96 viajó con Horacio Ferrer a Europa, actuó en Alemania y recorrió varios
países. “Yo no la podía seguir -me confesó el poeta- nunca está cansada, nunca
tiene frío ni calor, come de todo y bebe lo que venga”. De lo último, doy fe.
Ese mismo año fue como invitada al estudio donde hacíamos Función Privada. Llegó antes que los demás. Cuando bajé a
recibirla, quiso poner las cosas en claro:
-?Qué toman en este programa?
-Champagne...
-Bueno mirá, a mí conseguime una
botella de whisky, porque es lo único que me permite el médico. Inclusive como
con whisky.
El estudio estaba en Floresta y eran las tres de la tarde, busqué un
almacén y lo único que conseguí fue un whisky nacional medio berretón. Se lo
llevé con culpa.
-Bárbaro, querido, esto está muy
bien...
Se bajó media botella durante el programa y nunca se le trabó la lengua.
Tania es el nombre de guerra que
ella misma adoptó cuando casi adolescente empezó a trabajar en las varietés de
su tierra.
“Lo elegí -cuenta ella en su libro Discepolín y yo- por una chica del barrio que era hija de
rusos y le agregué Visdi, porque es Divis al revés.” Hablar de esta cantante
que actuaba estupendamente cuando entonaba los tangos -especialmente los de
Discépolo- implica escribir un libro. Y de los gordos. No sólo por el peso que
tuvo entre las figuras del dos por cuatro, sino por su tan especial relación
con Enrique, quién marcó a Tania para siempre. Y ella, a él. Por eso cuando
alguien evoca al autor cargando
sospechas turbias sobre la conducta de Tania, se inicia una arriesgada
incursión en el terreno de lo estrictamente personal. Discepolín fue todo lo
que fue con la gallega a su lado. Y punto. Se adoraron. Y si como dicen, ella
inspiró algunas de sus letras más dolidas, el tango, agradecido.
En lo personal, la estoy viendo todavía, haciendo sonar el hielo en el
eterno vaso de whisky, charlando con amigos y cantando sin hacerse rogar, con
la también eterna chalina de gasa al cuello, Esta noche me emborracho. En algún cajón de algún mueble, dormirá
su cédula. Como el zorro del tango, avergonzada de su color.
Rómulo Berruti
Rómulo Berruti
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